Aunque esta sección está dedicada a documentar la colección de pintura y escultura de Marian Espinal, no se debe olvidar que este conjunto de piezas estuvo siempre acompañado por una multitud de objetos artísticos y antigüedades que el pintor fue adquiriendo a lo largo de los años . Esta digamos que segunda colección estaba formada por alfombras orientales, porcelanas y bronces chinos, mobiliario de alta época y contemporáneo, además de grabados y libros antiguos, estampas japonesas, figuras de Staffordshire o piezas de cerámica popular y artística. También es importante subrayar que la pasión de Espinal nunca estuvo estimulada por un afán inversor o por un simple deseo de posesión, sino por una tendencia innata hacia el refinamiento estético, un refinamiento que se manifestaba incompatible con estilos de vida donde no se respirara una atmósfera de belleza, buen gusto y mejores maneras.
El momento álgido de la colección debemos situarlo entre 1940 y 1959. Los años anteriores a 1936 Espinal se dedicó de lleno a su obra pictórica y su actividad como coleccionista estuvo prácticamente limitada a las figuras de Staffordshire, aunque también adquirió una pintura y una escultura de Manolo Hugué, varias cerámicas de Aragay y de Quer y otras obras de amigos suyos como Humbert o Viladomat. Durante los años veinte también encargó diferentes piezas de mobiliario de estilo art decó al mueblista y decorador Antoni Badrinas, en las que Espinal intervino diseñando algunos de los elementos decorativos, principalmente marqueterías y bajorrelieves de metal repujado o de madera.
Durante la guerra civil Espinal se vio sorprendido por el hecho de que el comercio de piezas artísticas no se había visto interrumpido. Dada la mala situación económica que atravesaba tras la colectivización de la empresa familiar, aprovechó la circunstancia para vender una gran parte de su incipiente colección, y también para pintar algunos cuadros que el propietario de la galería La Pinacoteca le había encargado. Curiosamente, algunas de dichas pinturas serían adquiridas en la misma galería por algunos de los asesores y comisarios soviéticos que por entonces residían en Barcelona. Terminada la guerra, la familia recupera la fábrica textil y Espinal entra de nuevo en el consejo de administración. Dado que el momento político había convertido la vida cultural en un erial y que la gestión de la empresa le exigía mucho tiempo, Espinal dejó los pinceles en segundo plano y canalizó su sensibilidad artística en el coleccionismo de piezas de alta época. Durante la década de los cuarenta Espinal fue adquiriendo una pieza tras otra hasta conseguir formar la que sería la joya de la corona de su colección: una cuarentena de piezas de estilo gótico y románico de una calidad más que notable.
En 1958 el historiador Josep Gudiol escribe a Crisanto Lasterra, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, para hacerle saber que Espinal tiene intención de vender su conjunto de tablas góticas y románicas. En la carta le dice que "es la última gran colección de Primitivos que queda en manos de un particular en Barcelona". Meses atrás Espinal –quien por causas derivadas de la herencia de su madre precisaba llevar a término una ampliación de capital de la empresa familiar con el propósito de no perder el control de la misma– había encargado a Gudiol la gestión de la venta de las mejores piezas de su colección. En primera instancia el historiador las ofreció al Museo de Arte de Cataluña, pero sus responsables solo mostraron interés por tres o cuatro de la veintena larga de piezas del conjunto. Dado que Espinal no tenía la menor intención de deshacer el lote, la operación no prosperó. Es en este punto cuando Gudiol se pone en contacto con el museo de Bilbao. Después de varias negociaciones, que se alargaron hasta el otoño de1959, el museo adquiere finalmente el conjunto de piezas. En la actualidad las veinticinco obras del conjunto pueden ser contempladas en los espacios que el museo tiene destinados a sus colecciones de arte medieval.
Desafortunadamente, la venta de la colección no logró el propósito de Espinal y la empresa familiar, gravemente azotada por la crisis del sector textil, terminó quebrando a principios de los sesenta. A partir de este momento la situación económica de Espinal quedó gravemente comprometida. Al no encontrar quien le comprara las tierras de cultivo de su masía de Cunit, no le quedó otra salida para sobrevivir que vender un lote de piezas a un anticuario inglés, consuegro del historiador Luis Monreal. La mayoría de las obras salieron del país, salvo las que no obtuvieron permiso de exportación por parte de la Junta de Cualificación. Estas últimas fueron adquiridas posteriormente por el Museo del Prado. Escasos meses antes de la muerte de Espinal, las tierras de la masía fueron finalmente adquiridas por un grupo de inversores y la venta de otras piezas de la colección se pudo interrumpir. Después de la muerte del pintor, sus tres hijas, dos de las cuales eran solteras, pudieron vivir sin ahogos gracias al dinero obtenido con aquella operación, y también con el que años más tarde percibirían por la venta de otras tierras. Sin embargo, estos recursos fueron menguando hasta un punto en que se vieron en la necesidad de vender la mayor parte de las obras de arte que todavía conservaban. Actualmente, de lo que fue el legado de Marian Espinal, no queda gran cosa: las mejores piezas forman parte de colecciones públicas y privadas y en 2018 la masía El Rectoret dejó de ser una propiedad de la familia.